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La empresa Lyft me parece el símbolo del espejismo de la amistad, sobre todo en la vida moderna. En los EE.UU. es responsable de autos que llevan un gigantesco bigote rosa como distintivo en su espacio frontal, muy chistosito, y funcionan como un servicio de transporte para viajeros. Su operación se basa en particulares que emplean sus coches para ganarse un dinerito extra dentro de la faceta “taxis buena onda”. Más o menos como Uber, pero la diferencia es que te hacen sentir como si fueran tus amigos: conversan, su trato es cálido, casi, casi te saludan con mañas y juegos de manos, etc., (aunque el usuario a veces sólo quiera ir de A a B en silencio). Naturalmente es una aplicación y hace chuza con una de tantas realidades no tan chidas de la vida moderna: las marcas, aplicaciones, personas, te hacen sentir como tus amigos pero no lo son. Lo son siempre que desean hacer negocios o sacarte algo, a costa de tus necesidades. No niego que estas aplicaciones y Airbnb impulsan una pseudo comunidad de pequeños empresarios que se rebelan ante la hegemonía y prácticas monopólicas de los grandes consorcios, pero han vuelto a la cordialidad una moneda de cambio. Como menciona el filósofo y ensayista surcoreano Byung-Chul Han, “el mercado comunitario que convierte cada casa en hotel, rentabiliza incluso la hospitalidad”. Pero un amigo no te cobra por ir de A a B, menos en una era en la que, por razones urgentes: sociales, estructurales, ecológicas, etc., etc., etc., no caería mal establecer una normatividad que, sin contravenir los derechos básicos del individuo, fomente compartir trayectos con precios compartidos en vez de fines de lucro. ¿Qué nos han arrojado los más fríos fines de lucro en la historia de la humanidad? No hay que ser un genio para responderlo. No obstante, en un artículo muy bien escrito, John Zimmer, el cofundador de la empresa falsamente amiga Lyft (no niego que sea un tipo brillante y honesto), relata cuando se enamoró por primera vez de los coches. Todo comenzó cuando era pequeño: los Hot Wheels, luego los Micro Machines. En su narración desarrolla una historia en la cual es lo suficientemente inteligente para atraparnos en su sentimiento. De manera hábil habla de su niñez o vínculos realmente amistosos, como con su padre, que lo llevaba a ver ferias de autos reales. Inicia y nos atrapa en un sentimiento. Podría ser político. Después menciona que, como otros que desde hace décadas y décadas han cuestionado el modelo de producción automotriz y de energía de los mismos, arribó a una “epifanía" (linda aunque no del todo original): Los automóviles no sólo habían transformado su visión del mundo, sino que habían configurado al mundo en sí. Pues sí, la historia de las ciudades ha evolucionado debido al impacto del transporte masivo, tanto en la forma como se han construidos como por la manera en que vive la gente. En la Ciudad de México es evidente e indisoluble el vínculo entre el transporte y el diseño (y no diseño) de las calles y colonias. ¿Cuánto espacio ocupan las calles en las urbes, o los coches estacionados, y cuál es la proporción de las ciudades que no es utilizada por autos aparcados? En efecto, hemos construido comunidades enteramente alrededor de los coches, en buena parte para vehículos que ni siquiera están en movimiento. Buena parte d ella humanidad ha vivido y crecido en ciudades construidas en torno al automóvil. Pero imaginen por un minuto qué parecería nuestro mundo si encontramos una manera de compartir los autos y, a pesar de ser una industria estratégica en la economía, dejar de lado esa necesidad mirrey de “cambiar de auto” cada equis número de años (o meses, cuando les alcanza o se endeudan a lo tonto). Sería un mundo con menores dolores de cabeza por el tráfico y la contaminación, donde podrían reducirse las calles y abrirse no sólo para construir aceras, nuevas viviendas o pequeñas empresas, sino para volverlas parques y espacios verdes. Es decir, construir un mundo alrededor de la gente. Pero nada menso dados sus intereses comerciales, John Zimmer habla de una revolución del transporte que le ofrezca futuro a nuestras comunidades. Por supuesto que habla de la responsabilidad colectiva y analiza tres puntos clave. En este artículo abordo el primero. 1. Flotas de vehículos autónomos. Serán responsables de la mayoría de los viajes de Lyft dentro de los 5 años. Sepan que en enero pasado, Lyft anunció una alianza con General Motors para poner en marcha una red de vehículos autónomos. Al parecer, en ciudades como San Francisco o Phoenix, han comenzado a funcionar estos autos en las carreteras. Pero a diferencia del CEO de Tesla, el genio Elon Musk, un convencido de que la transición a los vehículos autónomos ocurrirá a través de una red de propietarios de automóviles autónomos que le alquilen sus vehículos a los demás, Zimmer no parece tan buena onda o compartido como se presenta. Dice que será más práctico y atractivo que los vehículos autónomos sean parte de una flota comandada por Lyft. Hay una conclusión evidente, todos quienes han ganado un dinerito con Lyft, y han ayudado a que esta empresa se capitalice y fortalezca, eventualmente serán “despedidos”. Puro karma. Zimmer es listo y dice que los propietarios de automóviles individuales no querrán alquilar sus coches para extraños. Y que los pasajeros esperan vehículos limpios y en buen estado, lo que su flota lograría mucho mejor. Es posible que tenga razón, pero de una vez por todas quitemos las palabras “buena onda” de la ecuación. Y esto, amigos míos, nos ofrece una moraleja. El futuro no depende de la buenaondez, sino de tomar decisiones importantes y no siempre populares (como con Lyft, la popularidad tiene fecha de caducidad). Hay que premiar a los emprendedores, sin duda, pero también revisar si sólo un puñado de individuos se quedará con el pastel en temas prioritarios y no sólo individuales. Son necesidades apremiantes y esenciales, que deben partir de políticas públicas conscientes (otro tema que parece de fantasía en nuestra nación), en pos de un bienestar general. ¿Qué tanto es tantito? ¿Cuál es la responsabilidad individual en el comercio de la buena onda? Piénsenlo.
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